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De las tumbas del Antiguo Egipto a las pinturas de Gustav Klimt: el oro en el arte

Pintura dorada

Durante miles de años, el oro ha sido un elemento relacionado con lo más sagrado y reverenciado por la Humanidad. Los diferentes nombres que le han otorgado las sucesivas civilizaciones constituyen una buena prueba de ello: los incas lo llamaban ‘lágrimas del sol’; para los egipcios era ‘la carne de los dioses’. El metal precioso se ha utilizado como ornamento y ofrenda a las deidades y a los reyes, y representaba la opulencia.

En un excelente post publicado en el blog Artnet News, Katie White analiza la constante presencia del metal precioso en el arte a lo largo de los siglos.

Una presencia que no se sabe a ciencia cierta cuándo comenzó, aunque en el año 1400 a. C. se tiene constancia del uso de oro en la elaboración de objetos artísticos, como el llamado Carro Solar de Trundholm, encontrado en dicha localidad danesa en 1902.

La máscara de Tutankamón

Fue en la civilización egipcia donde el oro comenzó a florecer como materia prima utilizada por numerosos artistas para elaborar objetos de adorno, de culto y ofrendas a los faraones y dioses.

Además, los egipcios tenían la ventaja de que el metal era especialmente abundante en la zona, hasta el punto de que los faraones solían utilizar partículas de oro como cosmético.

Los excelentes artesanos egipcios fueron capaces de transformar una materia de escasa dureza como el oro en objetos artísticos y adornos para los faraones tanto en su vida terrenal como en la eterna. Unos objetos que se han conservado hasta nuestros días, lo que dice muchos de las habilidades de los egipcios como orfebres.

Máscara de Tutankamón

Uno de los objetos de oro más destacados de esta civilización, como señala Katie White, es la famosa máscara funeraria del faraón Tutankamón, hallada por los arqueólogos al mando de Howard Carter en su tumba del Valle de los Reyes.

Se trata de una máscara destinada a cubrir el rostro momificado del joven faraón, realizada en oro de 11 quilates y con piedras preciosas incrustadas. El propio Carter, cuando entró en la tumba de Tutankamón por primera vez, describió el brillo de las numerosas piezas de oro de diversas formas que la adornaban.

Como explica White, la civilización egipcia asociaba el oro no solo con la riqueza y el poder, sino también con la espiritualidad, la trascendencia y la vida eterna. De hecho, a los egipcios les interesaba más el brillo del oro que la propia calidad del metal, por lo que frecuentemente lo mezclaban con otros metales como la plata para acentuar su brillo y crear objetos artísticos.

El Pantocrátor bizantino

El oro también estaba muy presente en la creación artística durante el Imperio Bizantino, entre los siglos IV y XV. Sus gobernantes eran homenajeados con ofrendas artísticas, como los famosos mosaicos del siglo VI que representan al emperador Justiniano y a la emperatriz Teodora, en la Basílica de San Vital, en Rávena (Italia).

Una de las obras bizantinas más destacadas, en las que el oro desempeña un papel muy importante, y que ha llegado parcialmente hasta nuestros días, es el llamado Mosaico del Suplicio, que se encuentra en la Basílica de Santa Sofía de Estambul (Turquía), la antigua Constantinopla, capital del Imperio Bizantino.

Se trata de un mosaico adornado con numerosas teselas de oro, que muestra a tres figuras: Cristo como Pantocrátor, en el centro, flanqueado por la Virgen María y Juan el Bautista. Fue realizado en torno al año 1261 y, aunque se conserva solo la parte superior, se cree que ha llegado hasta nuestros días, sobreviviendo a la toma de Constantinopla por los turcos (1453), gracias a que en él se representaban las tres únicas figuras del Nuevo Testamento reconocidas en el Corán.

El pan de oro también se utilizó para decorar las páginas de los manuscritos célticos en Irlanda, y en numerosas pinturas e imágenes de figuras religiosas. Según White, el cristianismo asociaba el oro con la luz divina y la presencia de Dios omnipotente.

Civilización islámica

En la iconografía de la cultura islámica, el oro ha desempeñado un papel importante. Está presente en el llamado ‘Corán Azul’, que muestra una caligrafía realizada con pan de oro sobre un pergamino de color azul oscuro. O en las miniaturas de la civilización indo-persa.

Un buen ejemplo son las miniaturas elaboradas bajo el reinado de Akbar el Grande, tercer emperador mogol de la India (1542-1605): pequeñas y delicadas pinturas adornadas con oro que se coleccionaban en libros.

Una época de especial esplendor para las miniaturas, elementos decorativos y prendas de vestir adornadas com oro.

Luis XIV, el Rey Sol

Más adelante, la llegada del Renacimiento y de la Ilustración acabaron con el poder de la Iglesia Católica y de los monarcas absolutistas. Sin embargo, fue el rey de Francia Luis XIV el que recogió la antigua tradición de representar a Zeus, dios de los Cielos, como una cascada de luz, representada en la iconografía como una lluvia de monedas de oro, y se autoproclamó como el Rey Sol.

Así, en una famosa actuación de ballet, Luis XIV, que contaba con 14 años, se presentó ataviado con un lujoso vestido que representaba al sol, y que estaba recubierto de brocado de oro.

Este gusto del rey francés por el oro se manifestó también en el Palacio de Versalles, en cuya decoración abundaban los espejos y los adornos de oro, con el objetivo de crear una impresión de brillo dorado.

Gustav Klimt

Si hay un artista al que se haya asociado más claramente con el oro, ése es el pintor simbolista austriaco Gustav Klimt, especialmente en su periodo artístico conocido como la ‘fase dorada’.

Klimt había aprendido orfebrería en el estudio de su padre, antes de convertirse en pintor, por lo que el oro tenía un profundo significado personal. Perfeccionó la técnica del pan de oro hasta lograr una superficie plana que recordaba a los grabados japoneses que le sirvieron de inspiración.

Según White, “su aplicación del oro dotó a sus obras de una consistencia que lo acercaba a los campos del diseño y del arte decorativo, cualidades que encarnaban a la perfección sus colegas del movimiento modernista conocido como la Secesión de Viena. Más aún: el decadente uso del oro por parte de Klimt no estaba vinculado a ideas como el poder o la religión, sino a la sexualidad y a lo que Klimt consideraba como la trascendencia de la intimidad entre el hombre y la mujer. De hecho, su cuadro más famoso, ‘El Beso (Amantes)’ (1907-1908) escandalizó a algunos críticos con su abierto parecido con los iconos religiosos, aunque en este caso exaltando al hombre y la mujer en vez de a Dios”.

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