Un grupo de arqueólogos españoles ha realizado un análisis químico e isotópico para examinar los fragmentos de oro que se habían desprendido de uno de los objetos que componen el Tesoro Carambolo, un conjunto de piezas utilizadas como adornos y ornamentos de 2.700 años de antigüedad, encontradas en unas obras realizadas en 1958 en el municipio de Camas, cerca de Sevilla.
Según National Geographic, algunos expertos señalan que las 21 piezas encontradas en el Tesoro de Carambolo fueron creadas durante la civilización de los Tartessos, una rica civilización que prosperó en el sur de España entre los siglos IX y VI a. C. Otros eruditos, agrega la prestigiosa revista internacional, están convencidos de que las joyas pertenecían a los fenicios, cultura semítica, que llegaron al Mediterráneo occidental en el siglo VIII a. C., y se asentaron en lo que hoy es la provincia y ciudad de Cádiz.
Para obtener una respuesta más clara, un equipo dirigido por Francisco Nocete, profesor de prehistoria en la Universidad de Huelva, decidió realizar una prueba de laboratorio con un análisis químico e isotópico. No obtuvieron un resultado directo, pero al menos encontraron una buena pista.
En sus hallazgos, que acaban de publicarse en el Journal of Archaeological Science, los científicos explican que el oro utilizado para tallar las 21 piezas no fue importado por nadie sino extraído de las mismas minas asociadas con las antiguas tumbas ubicadas en Valencina de la Concepción, cerca de Sevilla.
Sin embargo, teniendo en cuenta el hecho de que las pulseras, collares y adornos en el pecho fueron tallados con técnicas fenicias y que probablemente un templo fenicio se encontraba cerca del lugar donde se encontró el tesoro en 1958, los investigadores llegaron a una conclusión salomónica: que las joyas y adornos encontrados deben ser el producto de una cultura mixta de fenicios del Cercano Oriente y Tartesios locales.
Una segunda conclusión, quizás más inesperada, se extrajo del estudio. “En general, en lo que respecta al Tesoro del Carambolo, no nos encontraríamos al principio, sino al final de una tradición procesadora de oro que comenzó en la Cuenca del Bajo Guadalquivir durante el tercer milenio antes de Cristo y a la cual se aplicaron técnicas ornamentales como la filigrana o soldadura, que se agregaron en el cambio hacia el primer milenio antes de Cristo”.