Las referencias a Hispania en los textos clásicos se refieren a ella como la tierra minera por excelencia, mezclando en los mismos, como es el caso de los relatos de Argantonio y Gerión, lo mítico con lo verídico. Lo cierto es que era una tierra rica, variada y abundante en recursos minerales, tales como oro, plata, cobre, plomo, cinabrio, hierro o estaño. Siendo uno de los principales intereses para la presencia de los comerciantes fenicios y griegos en sus costas, ya los cartagineses explotaron las riquezas argénteas del área de Qart Hadsht, Cartagena, y Cástulo (actual Linares, Jaén).
Estrabón describió en su “Geografía” las explotaciones de plomo argentífero de la primera de ellas, en la que trabajaban 40.000 obreros y ocupaba varios kilómetros cuadrados, de la que se extraía cada día el extraordinario beneficio de 25.000 dracmas, 80 kilogramos. Los mineros trabajaban noche y día, quedando sus turnos marcados por las lámparas de aceite que les servían de iluminación. De la mina de Baebelo en Cástulo se extraían al día 100 kilogramos de metal argénteo, y la moneda acuñada en Gadir, Cádiz, que hasta ese momento se batía en cobre, comenzó a emitirse en plata, y famosas por su belleza y su calidad fueron las acuñadas en Cartagena.
As de Cástulo (actual Linares, Jaén)
Dracma de Gadir (Cádiz)
Los romanos llegaron a Hispania, su primera aventura fuera de Italia y sus islas, para conquistarla, como sucederá posteriormente con los territorios que fue anexionándose en toda la cuenca mediterránea y la fachada atlántica de Europa. Como afirmó Tito Livio, los hispanos fueron los primeros en ser invadidos y los últimos en ser conquistados. Desde su llegada en el año 218 a.C. para combatir a los cartagineses hasta el 19 a.C., cuando se dio por finalizada la conquista de la zona cantábrica, Roma evolucionó de una república que buscaba su hegemonía en el occidente mediterráneo al Imperio hegemónico que gobernó su Mare Nostrum durante siglos.
La Península Itálica era escasa en recursos minerales, y la sociedad romana republicana basaba su economía en la agricultura. La necesidad de metales para fines bélicos-el hierro hispano forjado tenía fama legendaria-, para sus obras públicas –con utilización recurrente del plomo- y para la propia amonedación en oro, plata y bronce marcó su política de ocupación de Hispania a pesar de sus continuos reveses militares.
Las Médulas, León
Como ha puesto de manifiesto el minucioso trabajo del Ancient World Mapping Center, el Stoa Consortium y el Institute for the Study of the Ancient World, que ha delimitado todos los yacimientos que fueron beneficiados por los romanos en todo el espacio que ocuparon, la Hispania romana fue, con mucha diferencia, el territorio del orbe romano en el que más extracciones y producción de oro, plata y cobre fueron explotadas.
Con ello, Roma encontró en Hispania su Eldorado del Mundo Antiguo, presente en las leyendas difundidas por los escritores de la época sobre su abundancia en metales preciosos, y solamente comparable en la historia con la que sus herederos culturales encontrarían siglos después en el nuevo continente hispánico. Hispania dotó a Roma de numerario como las Indias españolas fueron la Casa de Moneda del Orbe durante varios siglos.
Áureo y sestercio del emperador de orine hispano Adriano
Del puro saqueo y cobro de tributos de las primeras fases de la conquista a la institucionalización de la actividad minera en el pleno Imperio, esta apasionante historia permite analizar su importancia política, militar, económica y social en la conformación de las sociedades romana en general e hispana en particular. Para dicha explotación fue necesario el desarrollo de importantes técnicas de ingeniería, la creación de una extensa red de comunicaciones, el asentamiento de núcleos de población, el uso de gran cantidad de mineros que en mejores o peores condiciones laboraron las mismas y, asimismo, estuvieron en el origen de unas élites que darían, además de una pléyade de militares, senadores, escritores y filósofos, a los emperadores hispanos de la dinastía Antonina o Ulpo Aelia, la más longeva del Imperio y, según muchos autores, la época más feliz de la historia de la humanidad.