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El papel del oro en la II Guerra Mundial: Hitler y la Operación Fish

El oro es un valor reconocido universalmente, en todos los países y en todas las épocas de la Historia. Prueba de ello es que cuando se desencadena un conflicto bélico, la principal preocupación de los países amenazados por el mismo es cómo poner a salvo sus reservas de oro. Precisamente, el oro desempeñó un importante papel en la Segunda Guerra Mundial.

¿Cómo se financió la Alemania nazi para desarrollar su maquinaria bélica antes de la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué papel desempeñó el oro en la gestación del conflicto? ¿Qué medidas tomó Inglaterra para evitar que el oro de sus reservas cayera en manos de los nazis?

Éstas y otras preguntas han dado lugar a un interesante artículo que publica la revista Forbes, firmado por Frank Holmes. Según Holmes, para entender el interés que tenía Hitler por el oro, hay que remontarse a unos años antes de su llegada al poder, concretamente a la Alemania de los años 20 del siglo pasado.

Una Alemania que, en aquel momento, padecía una situación de hiperinflación sin precedentes, probablemente una de las más graves de la historia. Hasta tal punto, que los ciudadanos quemaban en las estufas fajos de billetes, porque resultaba más barato que comprar leña.

Tras alcanzar el poder en el año 1933, Hitler puso en marcha el proceso de remilitarización de Alemania, lo que constituía una violación del Tratado de Versalles que, firmado en 1919, ponía fin a la Primera Guerra Mundial y establecía las condiciones sobre los vencidos.

El problema era que la Alemania de los años 30 carecía de materias primas con que alimentar a su industria armamentística, excepto carbón, lo que la obligaba a importar metales como aluminio o cinc para fabricar su maquinaria de guerra.

La situación económica, en los años que siguieron a la Gran Depresión de 1929, no era la mejor y Alemania sufría una tasa de desempleo superior al 30%. Ésa fue una de las prioridades del Gobierno de Hitler, que combatió el desempleo con un ambicioso programa de infraestructuras que acabó generando una enorme deuda.

Sin embargo, para importar las materias primas que necesitaba el plan de rearme alemán hacía falta dinero, y los países exportadores no confiaban en la devaluada divisa alemana, sino que exigían el pago en su propia moneda o en divisas internacionales como el dólar o el franco suizo. Así sucedía con el mineral de hierro procedente de Suecia, el petróleo de Rumanía, el cromo de Turquía o el manganeso de España.

Como explica Holmes, Hitler tenía el mismo respeto por el oro que por la vida humana. La base del oro como moneda es la confianza y Hitler carecía de ella. Odiaba el metal y todo lo que éste representaba, pero lo necesitaba para llevar adelante su estrategia.

El problema es que Alemania tampoco tenía apenas reservas de oro: solo 109 millones de dólares en 1933, a todas luces insuficiente para financiar sus proyectos. Así que la solución fue comenzar el mayor saqueo realizado en la Historia de Europa.

Un saqueo que comenzó con la invasión de Austria, en 1938, lo que les permitió acceder a entre 90 y 100 toneladas de oro con las que continuar su escalada militar.

Según expuso en 1997 en las Naciones Unidas el embajador y vicesecretario de Comercio estadounidense Stuart E. Eizenstat, se cree que alrededor de 600 millones de dólares (que en moneda actual serían miles de millones) fueron saqueados por la Alemania nazi en los bancos centrales y cámaras acorazadas de los países invadidos (Austria, Polonia, Bélgica y Holanda), además de muchos millones más en plata, platino, diamantes, obras de arte y otros activos que también saquearon.

La Operación Fish

Tan pronto como el Reino Unido advirtió la estrategia de Hitler y su búsqueda de oro para financiar la maquinaria de guerra, comenzaron a preocuparse por sus propias reservas y a trazar un plan secreto para ponerlas a salvo: la Operación Fish.

En julio de 1940, ante la amenaza del III Reich, el Reino Unido embarcó un total de 150 toneladas de oro (valoradas en alrededor de 160.000 millones de dólares actuales), con destino al banco central de Canadá, en Ottawa.

Se trataba de una de las apuestas más arriesgadas de la guerra, ya que los barcos con el cargamento de oro tenían que atravesar un Océano Atlántico infestado de submarinos alemanes, que solo en mayo de 1940 habían logrado hundir más de un centenar de buques aliados en el Atlántico Norte.

Como recuerda Holmes, “los precedentes históricos tampoco acompañaban. Durante la Primera Guerra Mundial, el SS Laurentic, que transportaba 43 toneladas de oro entre el puerto de Liverpool y la ciudad canadiense de Halifax, había sido torpedeado y hundido por un submarino alemán cerca de las costas de Irlanda”.

Sin embargo, esta vez salió bien: todos los lingotes llegaron sanos y salvos a Canadá, donde estaban lejos de Hitler y sus proyectos para extender el reino del terror.

La conclusión que Frank Holmes extrae de esta historia es que “aunque los objetivos de Hitler fueran despreciables, su absoluta necesidad de oro refleja el papel que durante siglos ha desempeñado este metal como una divisa universalmente aceptada y confiable”.

Una lección que la Alemania actual no ha olvidado: las reservas oficiales del país se elevan a 3.372 toneladas, solo por detrás de los Estados Unidos. El oro representa alrededor del 70% de las reservas totales de Alemania, lo que le ha ayudado a alcanzar su actual estatus como una de las más potentes y estables economías mundiales.

Incluso los propios ciudadanos alemanes valoran el oro por encima de cualquier otro activo, quizá como una reminiscencia de la hiperinflación que asoló al país en tiempos de la República de Weimar. No en vano, son los más ávidos inversores en oro físico de Europa. Oro que, frecuentemente, tienen almacenado en su casa, en forma de monedas o pequeños lingotes, como reserva para los tiempos difíciles.

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