Los mineros artesanales de Birmania o Myanmar, como prefieran, practican un oficio extenuante que, según los expertos, podría desaparecer en una generación con la disminución de los depósitos de oro, cuenta en uno de sus último relatos para National Geographic el escritor y viajero Paul Salopek.
Cuando recorres el mundo, te encuentras con seres humanos que se dedican a diversos comportamientos repetitivos: criar bebés, reparar máquinas, hervir té, cultivar plantas, subir vídeos a TikTok, o buscar oro. “La búsqueda de oro de nuestra especie es antigua e incansable”, cuenta Paul Salopek en “National Geographic”.
A lo largo de un recorrido de más de 17.000 kilómetros desde África, Salopek ha conocido a los mineros que explotaban una mina de oro de la Edad del Bronce —un raro yacimiento arqueológico de 5.400 años— para extraer hasta el último resquicio del metal de las colinas de la nación caucásica de Georgia. Se ha topado con una tribu de buscadores nómadas que cribaban los placeres de las montañas salvajes de Pakistán. Y recientemente, en Birmania, conoció a una pareja de mediana edad, Than Ngwe y Do Toe (en la fotografía de portada, obra de Paul Salopek), que lavan toneladas de grava de río a mano en busca de “motitas resplandecientes”.
“Normalmente, soy pescador. Solo hago esto para ganar más dinero y comprar comida”, contó el marido, Than Ngwe, al escritor viajero.
“Somos pobres. Tenemos seis hijos”, añadió Do Toe, la mujer. “A veces, el comerciante de oro nos da un adelanto en arroz, cuando nos quedamos sin dinero”.
Su recompensa por un extenuante día de trabajo a lo largo de las orillas sofocantes del río Chindwin son unos pocos granos del metal que valen unos 5.000 kyats, o poco más de tres euros.
Birmania no es “El Dorado”, una gran fuente de oro. (En la actualidad, China se sitúa en el primer puesto de la producción global según el Consejo Mundial del Oro) Existen minas industriales, pero gran parte del oro birmano se extrae arduamente en cantidades ínfimas por parte de ejércitos de buscadores rudimentarios y muy necesitados. Utilizan barreras de madera cubiertas con madejas de hierba artificial para atrapar las partículas de este tesoro. Esta tecnología no ha cambiado en milenios. Se alude a ella en el mito griego de “Jasón y los Argonautas”, donde el vellocino servía para el mismo propósito.
Los buscadores de oro de Birmania se dividen en dos grupos: kone-myaw significa “lavar en tierra”, que consiste en minas a cielo abierto, y ye-myaw significa “lavar en el río”. Normalmente, es un trabajo estacional y migratorio. Los buscadores afrontan los peligros ambientales habituales de la minería aurífera, principalmente la exposición al mercurio. Un estudio de 2015 , el “Artisanal and small-scale gold mining in Myanmar”, desveló que los mineros auríferos birmanos tenían más del doble de las concentraciones de mercurio —el tóxico metal pesado utilizado para amalgamar el oro— en el cuerpo. También advertía que la contaminación por metales pesados que deriva de la minería de oro está envenenando las aguas y a los peces de ríos como el Chindwin.
“El oro brilla por doquier en los paisajes de Birmania”, asegura Salopek. Como ejemplo, en Rangún, capital comercial de Birmania, se dice que la pagoda de Shwedagon está revestida con hasta 60 toneladas de oro.
O, dentro de un bosque tropical, hacia el este desde las riberas del Chindwin, se encuentra una antigua aldea, con un bar: “La fiebre del oro ocurrió hace tres años. Vinieron entre 400 y 500 personas y crearon una aldea nueva. Después el oro se acabó”, contó Hnin Maung, un buscador de oro que sigue acudiendo al bar. Las casas de bambú de los mineros habían quedado reducidas a la nada. El dueño del bar esperaba liquidar las existencias con los camioneros que pasaban.
Maung, un hombre robusto de unos 40 años, dijo que él también seguiría adelante. De hecho, no queda mucha esperanza para la minería de oro, y no solo en Birmania, sino en todas partes. Según los expertos, el planeta se está quedando sin oro accesible. Los descubrimientos de oro llevan disminuyendo desde hace décadas, según los geólogos. Toda la industria podría colapsar en dos décadas. “Al fin y al cabo, es reciclaje”, afirma Salopek.