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La dependencia china de la plata española, una moneda íntegra en su peso y en su ley

China absorbió una parte importantísima de la producción de plata de las Indias españolas, estimulada por su demanda interna, y muy especialmente durante el siglo XVIII, en el que triplicó su población. Con ello se consiguió que la masiva inyección de nuevo numerario en los mercados mundiales no se tradujese en un desplome de su precio, lo que resultó crucial para sostener las bases financieras del Imperio Español. A ello contribuyó que las cualidades intrínsecas de las emisiones indianas inspiraban confianza a los comerciantes y banqueros, al ser una moneda íntegra en su peso y en su ley.

Para España, la plata era un producto de exportación cualquiera, y por su necesidad su intención era la de cobrar por su suministro y equilibrar su balanza comercial, dado que obviamente no tenía capacidad para surtir sus mercados europeos y ultramarinos y era el metal precioso el que equilibraba su balanza comercial. Es importante asimismo el cambio de los sistemas fiscal y monetario chino al patrón plata, lo que supuso un notable incremento de la valoración de este metal entre mediados de siglo XVII a mediados del XVIII.

Como afirmaba el aventurero napolitano Francesco Gemelli en 1700, el emperador de la China llamaba a nuestro Monarca de las Españas (hay que recordar que también era Rey de Nápoles) el Rey de la plata. Toda la que circulaba era según sus palabras la que traían los españoles en piezas de a ocho, que se reducían en seguida a ¼ de mejor calidad o chilasi, y con ella se pagaban los impuestos, quedando toda ella sepultada en los tesoros imperiales de Pekín para siempre, dado que a los chinos no les servía ninguna cosa extranjera.

La elevada apreciación de la plata española para los comerciantes chinos ayudó a que su presencia se mantuviese en Filipinas, a pesar de la competencia creciente. Por otra parte, estaba la necesidad de la East India Company de acceder a la plata novohispana para equilibrar su deficitaria balanza comercial con Cantón. Todo ello explica la importancia comercial de Manila, que decayó por la independencia de las repúblicas iberoamericanas y por el comercio inglés de opio.

Para Flynn y Giráldez el comercio de moneda acuñada se entiende sólo cuando se sitúa en un contexto global. Los principales productores de plata eran las Indias españolas y Japón, no Europa, y China era el principal mercado de destino de la plata. Los comerciantes europeos eran según estos autores meros intermediarios en el comercio global de los metales preciosos. Según estos autores, en esta época grandes cantidades de sustancias monetarias, como la plata, el oro, el cobre o los cauris, se remitieron desde sus áreas específicas de producción a mercados finales en distintas partes del mundo, y la cobertura de la demanda de cada una de ellas debe ser analizada independientemente.

A pesar de la presencia de estas otras monedas, la mayor parte del numerario de plata presente en el área se componía de moneda española de plata de todos los faciales. En un primer momento, la circulación se restringió a las provincias de Quanzhou –Cantón – y Zhangzhou. Thierry nos informa de tres ocultaciones descubiertas a principios de los años 70 del siglo XX en Fujian, compuestas de moneda macuquina batida antes de la llegada de Felipe V, que se debieron producir entre el periodo final de la época Ming y la llegada de la dinastía Manchú, entre los años 1644 y 1660.

El comercio español con la China de los Ming se centró en el puerto de Xiamen. Del mismo partían anualmente un sinfín de juncos, que realizaban la mayor parte del comercio marítimo de Asia. Manila y Macao se convirtieron, en las postrimerías del siglo XVI, en los principales puertos comerciales para los chinos, y la plata amonedada procedente de Nueva España, la forma de pago más común en toda la zona costera de China, y el metal noble utilizado por los sucesivos comerciantes occidentales durante los siglos venideros.

Los primeros europeos que comerciaron con China fueron los portugueses, que construyeron la ciudad de Macao en un terreno estéril, en una isla en la desembocadura del río de Cantón, en la que obtuvieron jurisdicción en tres millas a la redonda, y compraron el derecho de fortificarla con la obligación del pago de 37.500 libras anuales. En el siglo XVIII había perdido parte de su antiguo esplendor, pero servía de residencia temporal a los factores europeos una vez que sus barcos habían partido, y hasta que llegasen otros nuevos.

Un siglo más tarde llegaron los holandeses, que se vieron en un primer momento excluidos del comercio con China. Tras el intento de levantar un fuerte en Hoang-pui, fueron pasados a cuchillo, y no volvieron hasta 1730. Viendo que el comercio de mercancías no les era ventajoso, empezaron a remitir barcos con moneda desde Europa, y, como Inglaterra, fue la nación que más comerció con los chinos. Establecidos en una factoría en la isla de Chusan o Zhoushan, y posteriormente se implantaron en Cantón, establecieron en la ciudad factores permanentes para la venta de sus manufacturas de lana. A cambio de plata, adquiría té en grandes cantidades, una mercancía que fue gravada con enormes derechos por el Parlamento, convirtiéndose en uno de los mayores ingresos de Tesoro británico.

Los franceses fundaron en 1660 una compañía para el comercio con estas tierras, al frente de la que se puso al mercader de Ruan Fermanel. La misma no prosperó, ni la fundada en 1698, con lo que su comercio careció de consistencia hasta que se unió con el de las Indias. Los suecos y daneses comenzaron al mismo tiempo a comerciar con China, y su volumen llegó a ser considerable.

A principios del siglo XVII el montante de las importaciones de plata española en China se elevaron a un millón de piezas anuales, y se estima que entre la apertura de la ruta de la Nao de la China en 1571 y el final de la dinastía Ming, en 1664, la cantidad global de plata importada se elevaría a 40 millones de liang, 1.520 toneladas.

A partir de este año, la zona de circulación se amplió a la región de Cantón y Macao, y bajo el reinado del emperador Yong Li, entre 1647 y 1660, de los Ming del Sur, en las monedas de cobre se reflejó su contravalor en plata, una innovación que fue imitada unos años más tarde por el emperador Qin Shun Zhi. Durante este periodo, el uso de los reales se extendió por las costas de Fujian y de Guangdong.

La Edad de Oro de la plata acuñada en las Indias fue, no obstante, el siglo XVIII. Durante esta centuria, todos los comerciantes y todas las compañías que operaban en India, Indochina y China utilizaban este numerario. Los más comunes fueron los reales de a ocho, los de tipo columnario, denominados shuang zhu yang, y los posteriores a la reforma de Carlos III, de busto y escudo en reverso flanqueado por las columnas de Hércules.

Estos últimos, batidos en los reinados de Carlos III y posteriormente de Carlos IV, eran los más comunes; los primeros se denominaban pesos de tres caracteres gong, por la similitud del signo gong con el numeral I romano. También se encontraban, aunque en menor medida, los acuñados en tiempos de Felipe V y de Fernando VI. La mayor parte del numerario procedía de la ceca de México, y en menor medida de Potosí y de Lima. La Compañía de Ostende transportaba moneda acuñada española, tanto de oro como de plata, a China y Bengala, y los comerciantes británicos llevaban a China moneda de plata, muy apreciada, para cambiarla por oro, consiguiendo con ello una ganancia de un 40% bruto, que, como pone de manifiesto Uztáriz, suponía, una vez deducidos los costes de portes y seguros, les rendía un beneficio neto de un 30%.

Si bien los ratios bimetálicos entre Europa y Asia divergieron durante largos periodos, la valoración de la plata se mantuvo más baja en este último continente, incluso en las áreas más avanzadas, como eran el delta del Yangtsé  o el sur de la India. Esta valoración fue un poco más elevada en China que en el subcontinente indio. Entre 1540 y 1640 el ratio entre ambos metales era sustancialmente más bajo en Asia, y si bien el equilibrio se restauró a mediados del siglo XVII, hubo un nuevo ciclo en este sentido a mediados del siglo XVIII.

Malo hacer referencia a este comercio a finales del siglo XVIII, y refiere que con el mismo, en otros tiempos, se ganaba un 45%. El mismo no era realizado por las Compañías exclusivas, dado que el beneficio, aunque pareciese muy considerable, era muy inferior al que se conseguía con el comercio de los géneros. El oro era más barato en Cantón desde principios de febrero hasta finales de mayo, dado que en los demás meses el puerto se hallaba lleno de navíos extranjeros. El beneficio obtenido era solamente en estas fechas de un 18%.

El importe calculado por Humboldt del flujo de plata enviado de Europa a las Indias Orientales es esclarecedor. Estima que de los 17 millones y medio de pesos recibidos anualmente por término medio en la primera desde América se remitían 13.700.000 pesos a Extremo Oriente. Las vías de entrada de la plata en Asia eran tres: el comercio de Levante, Egipto y el Mar Rojo, el comercio directo marítimo con China y la India y por los territorios rusos hacia China y Tartaria.

El enorme crecimiento de estas exportaciones de moneda iba parejo a su entender con el crecimiento del lujo en Europa desde 1721, cuando se había multiplicado por once. Estos datos fueron puestos en tela de juicio por Chevalier, que consideraba los cálculos fortuitos y los importes exagerados, y que podría llegar a la cifra de 70 millones de francos o £ 2.800.000 en vez de los 137 millones de francos como cifra total para comienzos del siglo XIX.

La principal consecuencia de esta inyección masiva de plata española en el circulante chino fue el incremento del valor de este metal, que pasó en su ratio con el oro de un 1 a 5 en los siglos XIV a XVI, 1 a 10 en 1620, 1 a 15  a principios del siglo XVIII y 1 a 20 en 1750. La depreciación es igualmente perceptible en la valoración de la moneda de cobre. Su circulación monetaria se extendió hacia el interior desde las regiones costeras, hacia Guangxi, Guizhou, Huguang y Jiangxi, y también hacia el norte de China, a las regiones de Zhejiang, Jiangsu y Anhui. A comienzos del siglo XIX se estimaba que en Pekín se recibían unos 52.914.000 pesos en moneda.

Uno de los aspectos más curiosos de la circulación de la plata indiana por el Lejano Oriente es la existencia de gran número de resellos chinos en las piezas de ocho reales o pesos. Esta forma de controlar la calidad y el peso de la plata acuñada obedece a la necesidad de este numerario para el comercio en la zona, y fue una medida adoptada por comerciantes y banqueros con la finalidad de garantizar la buena ley de dichas piezas. Es muy difícil, como afirma Montaner en su magnífico estudio sobre las monedas españolas reselladas en el mundo, la catalogación por tipos de estas marcas monetarias.

Las mismas consisten en caracteres referidos a su calidad, como justa, verdadera o correcta; a la riqueza, como moneda, beneficio o prosperidad; e incluso a adjetivos distinguidos como grande, primero o inmenso, que son igualmente nombres propios. Más raramente aparecen marcas figurativas, como un sol o un sapèque, esta última una moneda china e indochina de bronce o cobre con un agujero cuadrado en el centro.

La práctica del resellado apareció en el siglo XVII. Se verificaban la ley y el peso de las medidas por métodos diversos, y se marcaban por el comerciante que había realizado el control mediante un punzón, operación que se repetía cada vez que la pieza cambiaba de mano. Con el tiempo, las mismas se cubrían de contramarcas, haciendo inidentificables las monedas, e incluso se rompían. Finalmente, la moneda destruida o muy deteriorada se vendía por su peso y valor intrínseco, entre 6 y 700 piezas de cobre.

Si bien existen resellos de los siglos anteriores, la práctica se generalizó cuando se descubrió el fraude realizado en la ceca de Birmingham y otras falsificaciones de piezas de a ocho de cobre chapeados,  plateados o de plata de muy baja ley, a finales del siglo XVIII, que inundaban el mercado chino. Asimismo, la India y China eran el destino de los reales de peor calidad circulantes en la América española, y eran remitidos allí mediante el comercio con las Filipinas.

Una vez independizadas las nuevas repúblicas hispanoamericanas, los reales de a ocho batidos bajo gobierno español en los Reinos de las Indias siguieron teniendo un sobreprecio sobre los emitidos por las nuevas autoridades monetarias de las repúblicas independientes. Eso era debido según Saint Clair Duport a que la plata española contenía más oro en su aleación que la mexicana, y este autor abogaba por el perfeccionamiento del apartado de ambos metales para acabar con la inmediata y sistemática destrucción de la moneda mexicana.

A partir de la década de los años 30 del siglo XIX, China pasó de ser principal receptor a exportador de plata. Ello se debió no tanto a una balanza comercial deficitaria, dado que China exportaba grandes cantidades de té, seda y porcelana hacia Europa, sino al comercio del opio. El opio era cobrado en las mercancías antes mencionadas, que a su vez eran vendidas a alto precio en Occidente como bienes de lujo, y el beneficio era invertido en más opio comprado en Turquía o en la India, a pesar del Edicto del emperador Tao Kuang ordenando que solamente se aceptaría como medio de cobro en las mercancías vendidas a los extranjeros las monedas de plata.

La escasez de numerario, que era además sacado por los comerciantes británicos, y los graves problemas políticos y económicos que asolaban China durante las revueltas Taiping hicieron que en el año 1856 la Asociación de Banqueros de Shanghái aprobase junto con los viejos pesos españoles la aceptación de los pesos mexicanos, conocidos como Yin Yang o Dólares del Águila, por sus tipos, aceptación que posteriormente se extendió a la mayoría de los centros comerciales. México siguió exportando pesos a China hasta que en 1904 adoptó el patrón oro y prohibió la exportación de su moneda de plata.

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