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La famosa plata peruana: acuñación de moneda en la ceca de Potosí en el siglo XVIII

Las monedas macuquinas acuñadas a mano en la antigua Casa de la Moneda de Potosí a menudo tienen grandes grietas en sus flanes, algunas tan grandes y extensas que la moneda parece que va a partirse en pedazos. Estas melladuras, irregulares roturas de tensión en el metal, siguen la estructura de la aleación en impredecibles líneas de fragilidad. A primera vista las grietas hacen parecer a la moneda potosina mellada, frágil y pobremente hecha. Todo ello le hizo sospechosa de su peso y fineza. Los mercaderes de fuera del virreinato del Perú eran a menudo hostiles a recibirlas en pago, rebajando en ocasiones las monedas incluso cuando estaban batidas con los estándares legales.           

De acuerdo con Butts y Coxe, la aleación de la plata utilizada para hacer moneda en Potosí no estaba suficientemente desoxidizada. En las monedas macuquinas (tipo de moneda acuñada toscamente en forma manual y a golpes de martillo, método ampliamente utilizado desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII) hechas allí veían múltiples signos de fragilidad en la forma de las grietas periféricas y grandes rajas en las planchas irregulares. En otras palabras, las planchas de plata no eran muy dúctiles.

Aunque esto es esencialmente correcto, posiblemente haya una mejor explicación. Es claro que las planchas en Potosí a menudo se realizaban a mano y con una aleación pobre. Los plateros de los siglos XVI XVII sabían perfectamente que cualquier objeto de plata se convertía en frágil si estaba batido a martillo sin recocer. Su fundición a fuego lento permite a la estructura cristalizada volver a su forma dúctil habitual. Pero estos mismos expertos a cargo de las acuñaciones en la Ceca potosina ignoraron, deliberadamente, esta relación simple entre la fortaleza y el recocimiento de la plata por una razón económica que ha escapado a la atención de muchos investigadores.

El carbón de leña era prácticamente el único combustible que podía utilizarse para los hornos de mezcla y recocido de la ceca. Con la amplia deforestación desde los primeros días del descubrimiento de plata en las regiones circundantes, el carbón pronto alcanzó precios exorbitantes en Potosí. Con mayor incidencia que cualquier otro artículo, el carbón contribuyó al mayor coste de la vida y el trabajo en la América española.

Otro problema se añadía al del deseo de economizar carbón de leña. Cuando las piñas de plata esponjosa eran llevadas a la ceca por los mineros o propietarios de ingenios, solamente lo necesario del caro combustible era expendido para fundirla en lingotes ensayados de pureza apropiada para su acuñación (en otras palabras, 2.380 partes de plata de las posibles 2.400), y el peso y la fineza estaban marcadas en cada lingote y cuidadosamente registrada. Nada sucedía, algunas veces durante años, hasta que los propietarios, o la ceca, necesitasen convertir esos lingotes de plata pura en la requerida fineza fundiéndolas y añadiendo cobre pare hacer una aleación final con la que las macuquinas podían batirse.

Entonces los ensayadores, en algunos casos fundidores especiales, tenían que fundir los lingotes enteros en hornos equipados con fuelles y verter la plata líquida sola de los calderos de hierro en una serie de moldes para hacer los rieles. Como la plata estaba a muy poca temperatura de su punto de fundición, se solidificaba rápida y desigualmente en estas piezas de metal de tamaño uniforme. Cuando se cortaban las planchas-cospeles- de estas barras, la anchura del metal de varios vertidos no era siempre la misma.

Cuando los trabajadores cortaban los cospeles de estas tiras de metal, deliberadamente hacían una que tenía claramente un tamaño mayor que el legal dado que el coste efectivo de cortar piezas menores -la cizalla- era mayor, hasta que el balanzario estuviese satisfecho, que hacer un cospel con peso inferior -feble- o superior –fuerte-. El cospel podría ser rechazado si tenía menos peso, o sujeto a ulteriores recortes si era demasiado pesado.

Obviamente, cualquier recorte que se realizaba en los pesos que pudiese ser convertido en moneda de pequeño módulo por no estar en el estándar y podía acuñarse en dicho facial, pero los sobrantes tenían que ser completamente reciclados, con un coste mayor en combustible. Es interesante hacer notar que, durante los primeros años de la ceca de Potosí, el ensayador mayor tenía la prerrogativa de hacer barrer los suelos periódicamente de cualquier viruta de plata, cortes pequeños o limaduras, de los que se convertía en propietario.

Pero, aunque fuesen gruesos o delgados, los cospeles estrechos y rectangulares requerían al menos un martillado para convertirlos en una pieza más redondeada o con forma de moneda. En este punto, en la ceca de México los cospeles eran obviamente recalentados para eliminar los relieves internos antes de proceder al acuñado. Pero la economía de combustible en Potosí era superior y la misma, si alguna vez se producía, era brevemente.

Entonces estos cospeles retocados eran entregados a dos equipos de acuñadores, que los mantenían entre dos lengüetas encima de la matriz mientras le daban un fuerte golpe con grandes martillos. Tanto el cospel como el martillo a menudo rebotaban y dejaban una o varias impresiones parciales en alguna o ambas caras en parte de la superficie desigual de la plata. En el momento en el que estos golpes se acuñaban, las grietas de tensión aparecían alrededor de los cantos finos desde los que debían trabajar hacia el centro en el caso de que el cospel fuese inusualmente duro y frágil.

Siendo plateros con un largo aprendizaje, los ensayadores tenían que saber lo que estaba pasando. Todo el mundo ponía excusas para los problemas encontrados en la producción de moneda y usualmente culpaban a la plata misma por ser recalcitrante y rebelde. Incluso a finales del siglo XVIII el superintendente Jorge Escobedo se quejaba a sus superiores de que la mala calidad de la plata era tan irremediable como la ignorancia de cómo refinarla.

En el año 1752 se fundó por Real Cédula el Banco de Azogueros o de Rescates, con las funciones primordiales de comprar y rescatar la plata de los azogueros, trapicheros y mineros. Prácticamente no tenía funciones de crédito, y solo auxilió a los trabajadores en caso de necesidad, y estaba destinado a defender sus intereses de los excesivamente altos beneficios que obtenían los mercaderes de la plata en la venta de sus pastas. En 1779 fue incorporado por la Corona, con el nombre de Real Banco de San Carlos de Potosí, con las mismas atribuciones que su antecesor.

Fuentes hacía en 1861 referencia a que, tras la incorporación por Jorge Escobedo del banco a la Corona en agosto de 1779, sus ganancias subían cada año de 30.000 pesos, y llegaban en alguno, como en 1780, a 46.588 pesos y 6 reales. Con ello se proveía sin escasez el gremio con dinero, azogue y bastimentos, se recaudaron deudas atrasadas por un importe equivalente a actuales 400.000 euros, se remitió al virrey Cevallos en Buenos Aires la misma cantidad para la expedición contra los portugueses, y se hicieron otros muchos importantes desembolsos. El cálculo de los rescates de 1754 a 1790 ascendía a 5.652.499 marcos y 7 onzas.

La acuñación de moneda macuquina durante el largo proceso de construcción de la nueva Casa de Moneda no se interrumpió, utilizando las anticuadas técnicas que venían usándose desde la fundación de la ceca. Había en la antigua cuatro hornazas: la llamada La Pila, propiedad de Diego Moreno de Villegas, que fue legada el 19 de enero de 1759 al Hospital de Belén por la última heredera doña Josefa Villegas Moreno; la de los Barea, más tarde propiedad de don Manuel Tovar y Mur; la de los Laredo; y la de los Quintanilla.

La nueva hornaza de los Laredo, instalada en la nueva Casa de Moneda, batió moneda macuquina hasta el 29 de enero de 1767. Unos meses después, el 15 de mayo de 1767, se acuñó el primer lote de moneda esférica columnaria, del que se sacaron unas muestras para remitirlas a la Corte. La producción de moneda macuquina no cesó inmediatamente, dado que había que preparar al personal en las nuevas técnicas, y asimismo era necesario mantener la producción para sacar la moneda al mercado.

La producción de moneda de mundos y mares se irá incrementando, pero ambos tipos de acuñación coexistieron durante tres años.  Según la Memoria del virrey, entre los años 1746 y 1750 se labraron en la Casa de Moneda de Potosí 1.503.840 marcos de plata, o 300.768 marcos anuales.

En Potosí se usaron volantes de medio cuerpo y de cuerpo entero. Los primeros eran prensas pequeñas con un eje vertical enroscado al extremo que sujetaba el cuño del anverso de las monedas, y bajo el eje se situaba la maceta, donde se ponía el troquel del reverso de la pieza y soportaba el golpe en la acuñación. La fuerza necesaria se obtenía con un brazo acabado en dos pesadas bolas de plomo a modo de balancín, que se giraba con violencia. Era común que se rompiesen los troqueles, al no ser la base continuación de la parte superior.

Tres de estos volantes llegaron de Lima en 1766. Unos años después se sumaron dos volantes de cuerpo entero, en los que la base era la continuación de la parte superior y que además estaban fijados a una piedra con garfios de bronce, lo que les daba mayor estabilidad. Junto a los volantes era necesaria la máquina acordonadora para el laurel o cordoncillo de los cantos de las piezas.

La primera moneda potosina con cordoncillo se acuñó en 1767, pero debió de recogerse inmediatamente, debido a un egregio error de diseño. Los ejemplares de finales de este año fueron correctamente batidos, pero son hoy en día muy escasos. La producción de moneda columnaria prosiguió hasta el 21 de noviembre de 1770, en todos los valores del sistema argénteo, desde el medio real a los ocho reales, y su producción se fue incrementando en detrimento de la de moneda macuquina de año en año.

En 1769 se descubrió una errata en la leyenda de algunos reales de a ocho de 1768, con la errónea inscripción URTA QUE UNUM. Pedro de Tagle y Bracho, Oidor de la Plata y encargado de la organización del Banco de Potosí informó al virrey, que ordenó la total e inmediata recogida de toda esta moneda, amenazando con el decomiso de las piezas que no fueran entregadas en el plazo de quince días. Tras las pesquisas, se descubrió que el tallador mayor José Fernández de Córdova se hallaba enfermo, y había muerto el 30 de julio de 1768, y que el responsable de tal error había sido el hijo del guardacuños Álvarez, que había sustituido a su padre, también enfermo, y que no cayó en dicha errata. Se estimó que la moneda batida con leyenda errónea suponía de diez a quince mil pesos.

Santiago de Arze reemplazó a Saint Just, y el 17 de marzo de 1770 ordenó que se terminase con la labra de macuquinas. Poco tiempo después se cerró la Casa Vieja y solamente se operó en la nueva ceca, hasta que el 15 de septiembre Pedro de Tagle y Bracho, Oidor de Audiencia de Charcas, viajó a Potosí por encargo del virrey Amat y Junyent, decidió suspender la producción de moneda esférica el 21 de noviembre y volver a labrar moneda macuquina.

Arze afirmó posteriormente que Tagle había ordenado la clausura de la nueva Casa de Moneda cuando la misma estaba operando porque quería llevarse el mérito de haberla concluido. Otros adujeron motivos económicos, dado que el menor control en la moneda macuquina le habría beneficiado. Tras un juicio que duró una década, se pudo probar la culpabilidad del oidor.

Tagle alegó que las piezas redondas que se habían ordenado fabricar en exclusividad desde el 29 de mayo fueron muy defectuosas, por lo que debió seguirse con la acuñación de macuquina. Asimismo, las partidas de plata agria hacían que las macuquinas saliesen rajadas y con los motivos mal grabados, y en las batidas a volante se producían continuos rompimientos de cuños. Tagle acusaba al fiel de la ceca, Luis Cabello, de ser el culpable de la detención de la acuñación de moneda circular.

Aunque por carta de fecha 6 de junio de 1774 se había ordenado por las autoridades virreinales al superintendente de la ceca potosina la labra de al menos 500 o 600 marcos en plata menuda en cada remisión, nunca se cumplió. La escasez de este numerario era notoria, de manera que en ocasiones se podía estar una hora o más tiempo buscando cambio de un peso fuerte en reales sencillos y medios por las pulperías de la villa sin hallarlo. El problema principal era que solamente había un volante para la acuñación de numerario menudo, con lo que era imposible que se llegasen a las cantidades ordenadas. El problema se agravaba en las otras ciudades del reino, en las que la escasez crónica hacía que se hubiese de recurrir a fichas hechas de plomo, cobre o cartón.

El año 1778 encontramos una anomalía en sus emisiones, dado que en algunas piezas de cuatro reales se encuentran las siglas de ensayador JR, que habían dejado de usarse el año anterior, y que debían de ser PR. Posiblemente esta variante se deba a la reutilización de cuños de los reversos de los años 1772 a 1776, algo totalmente anormal. Asimismo, se sustituyó la letra R de REX por una N, por lo que la leyenda reza NEX. También se retocaron y utilizaron troqueles para las emisiones de ½ real, y en las monedas es visible que se retocaron tanto las fechas como las siglas de ensayador.

Ferrari estima, por la cantidad de estas monedas anómalas que han llegado a nuestros días, que debieron de circular en una cantidad apreciable. Por un lado, su labra no podía ser legal, dado que desde la Real Orden de 18 de marzo de 1778 se ordenaba el cese de la labra de moneda macuquina y la recogida de la moneda de estas características ya batida en el plazo de dos años, si bien dicho plazo se prorrogó en sucesivos periodos y su circulación se dilató hasta su circulación en las nuevas repúblicas iberoamericanas.

A pesar de que Hernán Sanz afirmaba que las mismas fueron batidas en la hornaza del Hospital de Belén en pequeña cantidad, Ferrari cree que las mismas son falsificaciones de época, una acuñación clandestina en la que o bien estarían implicados trabajadores de la ceca o al menos tenían acceso a sus elementos y maquinaria. Para ello se apoya en varias características de estas monedas. La primera de ellas es que los troqueles para la acuñación habían sido abiertos expresamente para esta emisión. Junto a ello, observa que todos los pesos fuertes que se conservan tienen el mismo recorte, algo totalmente imposible, dado que el mismo se usaba para eliminar los excesos de cada una de las piezas, y no podía haber dos iguales.

De ello colige que estas monedas fueron realmente acuñadas con troqueles, y no a martillo, para simular su carácter macuquino. Asimismo, en todas ellas es perfectamente visible la antigua marca de ceca, P, en ese año en desuso, pero en ninguna se pueden ver las siglas de los ensayadores, apareciendo el tramo donde deberían estar sin excepción aplastado. La grafía de última cifra del año, el 8, es diferente a la utilizada en esta ceca en varias épocas, lo que este autor deduce por simple cotejo, con lo que este autor supone que se realizó de esta manera para sembrar la duda sobre posibles errores de punzón o defectos en la labra. Este tipo de errores que se habían producido en el pasado son a su entender burdos y manifiestos, y no ofrecen dobles interpretaciones.

Si bien parecería más lógica la labra fraudulenta de la nueva moneda de busto, Ferrari estima que inteligentemente los falsarios recurrieron a los tipos macuquinos, dado que ofrecían menos dificultades para la acuñación que las nuevas monedas con cordoncillo, improntas iguales y en troqueles regulares. Es posible, también a su entender, que esta moneda no fuese puesta en circulación, sino cambiada por moneda de nuevo cuño aprovechando la recogida de las macuquinas.

El monarca había autorizado por Real Orden de 17 de marzo de 1777 la labra de moneda de oro en Potosí, derogando con ello la prohibición incluida en la Real Cédula de 15 de diciembre de 1761. Conforme a ello, en 1778 se comenzó a batir moneda de oro en esta ceca, teniéndose que dedicar el ensayador primero de la misma, Pedro Narciso de Macondo, a una labor que según sus propias palabras nadie había visto en esa Casa de Moneda practicar. Para Ferrari este hecho reafirma la suposición de que el ensayador primero tuvo que volcarse en esta primera emisión de oro, abandonando las labores de la plata a unos subalternos con los que por otro lado no se llevaba nada bien.

Bibliografía

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