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La moneda y la circulación monetaria en Nueva España en el siglo XVIII

A partir de 1680, de acuerdo con los estudios de Soria, se incrementó la mercantilización de la economía novohispana alrededor de los centros urbanos y mineros, se integró en el sistema a las comunidades indígenas y la agricultura se incrementó con el aumento de la población y de la producción minera de Nueva España, actual México, California, Texas, etc.

Durante todo el siglo XVIII la producción de metales preciosos se incrementó por la revitalización de viejas explotaciones y el descubrimiento de otras nuevas, y su crecimiento tuvo un efecto dinamizador de los demás sectores productivos. A ello se unió que la población prácticamente se dobló entre 1742 y 1810. A principios de este siglo, el virreinato tenía cerca de quinientos reales y realitos, con unas tres mil minas activas.

Reyno de la nueva España a principios del siglo XIX

En la primera década del siglo, Nueva España producía la mitad de los ingresos tributarios de toda la Corona, y al final del mismo las 2/3 partes. Los ingresos fiscales tuvieron un crecimiento continuo, alrededor de un 1,75% anual, salvo en los quinquenios 1721 a 25 y 1736 a 1740, siendo los incrementos más importantes los que se produjeron entre los años 1781 a 85 y 1806 a 10, en los que la tasa llegó al 4,4% anual, debido a una creciente presión fiscal que impulsó el malestar contra la Corona.

Los nuevos impuestos supusieron un profundo cambio en el sistema impositivo virreinal, dado que si antes de 1780 las contribuciones formaban la base de las rentas reales, después de este año la miscelánea de guerra y los préstamos forzosos y voluntarios pasaron en veinte años a suponer el 65% de los ingresos. Si bien este cambio permitió un brusco incremento de los ingresos, desalentó la inversión y condujo a la caída de la producción monetaria.

La tesorería de Nueva España era la encargada de sostener el mantenimiento de las defensas y los presidios dependientes del virreinato en el Caribe, las provincias interiores y Asia, y a finales del siglo se convirtió en la suministradora de casi el 75% de las remesas enviadas a la Península, lo que suponía cerca del 25% del total de los ingresos de la Tesorería General de España en la segunda mitad del siglo.

Tras la depresión en el comercio ultramarino con Cádiz que encontramos entre 1681 y 1709, se produjo una recuperación del mismo entre esta fecha y 1722, para elevarse definitivamente entre 1748 y 1778. En el caso de Nueva España, el comercio mejoró también entre los años 1741 y 1779, y el comercio exterior se elevó considerablemente a partir de la liberación del mismo.

Las naves que volvían a la Península llevaban mercancías de cambio tanto para los particulares como por cuenta del Rey. Por cuenta de particulares transportaban plata y oro acuñados o labrados, grana, añil, cacao, algodón y varias mercancías y alimentos. Por cuenta del Rey la principal mercancía transportada era metales preciosos amonedados, muestras de monedas y alhajas, pero también cacao, cobre, chocolate, algunas especias y otros productos.

8 reales columnario 1733 México, Felipe V

Céspedes del Castillo hace un riguroso estudio de la circulación monetaria en Nueva España partiendo de las cantidades totales de acuñación de la ceca de su capital. El mismo muestra que, con los datos disponibles y en ocasiones no coincidentes, los montantes anuales de emisiones a comienzos de la centuria oscilaban entre los tres y cuatro millones de pesos. Otra importante referencia en este tema son los trabajos llevados a cabo por Ruggiero Romano.

Según un auto del superintendente José de Veitia, autorizado por el escribano Antonio Alejo de Mendoza el 18 de marzo de 1732, entre 1715 y 1729 inclusive ambos se habían labrado en esta Real Casa 1.242.691 marcos, una onza y una ochava de plata de la Corona y 12.743.687 marcos, dos onzas y cuatro ochavas por parte de particulares, siendo los derechos de braceaje y monedaje de 1.783.633 pesos y dos reales.

Los estudios de Ruggiero Romano último muestran un colosal incremento en la producción y exportación de moneda durante el siglo XVIII en la ceca novohispana, y muy especialmente en su segunda mitad. Su exportación supuso un promedio anual de entre 10.400.000 y 15.700.000 pesos al año, siendo sus destinos, como más tarde analizaremos, el comercio de Asia y el metropolitano, la Capitanía General de Cuba y la de Venezuela y los territorios septentrionales del Virreinato. Un importe nada desdeñable se correspondería al activo contrabando.

8 escudos México 1744, Fernando VI

El mayor éxito monetario del reinado de Fernando VI fue la mejora del circulante en los Reinos de las Indias. La mala calidad de parte de la moneda en los mismos, compuesta de piezas cercenadas y faltas de peso batidas con anterioridad a 1728, moneda falsa o extranjera y moneda perulera de oro falta de peso había perjudicado al comercio novohispano.

Un Bando del Virrey de 10 de abril de 1749 ordenó que la moneda batida en México, Perú o Guatemala de antigua labra debía necesariamente ser aceptada en las transacciones comerciales sin ninguna discriminación, citando explícitamente los escudos procedentes del Perú sin notoria merma de peso. Tras la publicación, las autoridades municipales y los representantes de los hombres de negocio de Puebla escribieron al Virrey trasladándole las quejas de los pobres y los comerciantes contra la aceptación de la moneda de antigua labra, toda vez que su forma favorecía el cercén, y muchos pensaban que eran falsificaciones.

La falta de aceptación de la moneda antigua se extendió por el virreinato. Los vecinos, marineros y comerciantes de Veracruz rehusaban aceptarlas, dado que se estimaba que muchos de los pesos no contenían más de cinco reales. En la misma ciudad de México no eran admitidas en las tiendas, oficinas ni establecimientos, con lo cual no podían ni los pobres comprar ni los ricos vender. Aunque el virrey volvió a repetir el Bando en fecha 6 de septiembre de ese mismo año, la oposición a su aceptación no cesó.

Para solucionar estos problemas, el virrey convocó una Junta, compuesta por el superintendente de la Casa de Moneda, el prior de la Cofradía de Comerciantes, su predecesor y destacados hombres de negocio de la ciudad de México. Dicha Junta informó que desde el 19 de julio de 1746 al 7 de octubre de 1751 la ceca había batido 1.752.877,5 pesos en medios reales, reales sencillos y piezas de dos reales.

Los oficiales recibieron instrucciones de acuñar 40.000 marcos anuales en moneda menuda de esos faciales, lo que se estimaba necesario para atender el comercio al por menor, las compras diarias en las tiendas de comestibles y el pago de salarios. La Junta estimaba que el numerario en circulación de labra antigua de pequeño módulo ascendía a entre 700 y 800 mil pesos, y afirmaba asimismo que la nueva moneda de oro y plata batida desde 1728 en circulación era muy pequeña. La razón de ello estribaba a su entender en que la merma de plata pura de un 18% en los ½ reales, del 11% en los sencillos y del 9% en los dobles habían apartado la mayor parte de la moneda de oro y plata de la circulación.

Por todo lo anterior, la Junta estimaba que sería deseable la retirada de todo el numerario de antigua labra, y uniformar el circulante mediante la emisión de moneda esférica. El problema era que gran parte de las monedas antiguas estaban en manos de los indios y de los blancos pobres, con lo que dicha reforma no fue factible, debido a los problemas que acarrearía.

En vista de ello, el virrey elevó una queja al monarca el 12 de diciembre de 1751 con motivo de los perjuicios causados por la circulación de moneda antigua, e informó al monarca que los tenedores de ella podían soportar la carga de su amortización.

El día 20 de mayo de 1752 el monarca ordenó al virrey la recogida de toda la moneda antigua por cuenta de la Corona, en un plazo suficiente, a juicio del virrey, para que los funcionarios del Tesoro Real y los oficiales de ensayo estuvieran proveídos de numerario suficiente para su amortización a la par. Tras dicho periodo, las monedas antiguas sólo serían aceptadas en la Casa de Moneda por su valor intrínseco o como metal.

8 reales México 1785, Carlos III

A comienzos del reinado de Carlos III el valor del metal amonedado en esta ceca rondaba los 12 millones de pesos, lo que en opinión de Céspedes fue debido a las reformas llevadas a cabo por Felipe V y Fernando VI. Los montantes a finales del reinado de Carlos III se acercan a los 20 millones de pesos, lo que llega a su máxima expresión con las emisiones de 1796, 24 millones, cuando todavía dura la inercia de sus reformas. Posteriormente, el importe total de la moneda batida desciende, primero lentamente y más tarde muy rápidamente.

Es clarificador el hecho de que en algunos años las cantidades de metal amonedado igualen o superen claramente la producción, lo que parece deberse a la acuñación del metal en barras o pasta, principalmente la plata, que anteriormente había circulado.  Es de suponer asimismo que parte de estos importes se deban también a la reacuñación de moneda anterior, especialmente las piezas macuquinas de la época austracista.

A este notabilísimo incremento se debería también a una Hacienda Real más eficaz y organizada, que perseguiría con eficacia creciente la evasión y circulación de plata en pasta, que evadía el pago de los derechos de braceaje y señoreaje por su acuñación.

No podemos olvidar que la moneda acuñada era el principal producto de exportación de las Indias, tanto por vía legal como por contrabando, y que las políticas liberalizadoras del comercio incrementaron el tráfico mercantil, con lo que a pesar de las crecientes emisiones cada vez había menos moneda en el mercado interior.

Un importante dato en este sentido son los esfuerzos llevados a cabo para la emisión de moneda feble, de bajo facial. Este proceso comenzó en 1733, y llegó a su punto culminante entre los años 1767 y 1809. Como afirmaba Elhúyar, la moneda feble era la de mayor disposición para los cambios y compras, y era más difícilmente exportable y utilizada por los orfebres para sus obras, por lo que se supone su mayor retención dentro del mercado interno del virreinato.

Si bien las emisiones de gran módulo, los pesos de a ocho reales, supusieron el 97% del total del valor del producto de la ceca entre 1747 y 1802, no es menos cierto, como advierte Ibarra, que entre dichos años se batieron más de 97 millones de monedas en faciales de entre dos y ¼ de real, según el siguiente cuadro:

Faciales Marcos Monedas % relativo
Dos reales 662.352 22.519.968 23,1
Un real 255.816 17.395.488 17,9
Medio real 418.864 56.965.504 58,6
1/4 de real 1.291 351.152 0,4
Total 1.338.323 97.232.112 100
Juan Vicente de Güemes Pacheco y Padilla, conde de Revillagigedo

A finales de agosto de 1793, el Virrey Revillagigedo hizo un cuidado cálculo de las exportaciones de moneda del virreinato:

Exportación de moneda (en pesos) Años 1766-1778 Años 1779-1791
Exportado por comerciantes 103.873.984 115.624.103
Situados para gastos militares fuera del virreinato 36.259.528 78.848.705
Del Rey, a la Península 15.027.072 29.581 .982
A Filipinas, por Acapulco 19.000.000 20.000.000
Estimación del contrabando 3.500.000 2.500.000
Total de exportaciones 177.660.584 246.554.790
Acuñación total, ceca de México 203.882.948 252.024.419
Diferencia, aumento de circulación monetaria en
Nueva España 26.222.364 5.469.629

 

e estos montantes, destaca el hecho de que en los años anteriores a 1778 el aumento medio anual de la moneda circulante supuso un importe superior a los dos millones de pesos anuales, lo que era necesario para una economía como la novohispana, en pleno proceso de expansión. A juicio de Céspedes, la exportación de moneda pudo tener efectos beneficiosos que estimularon el consumo interior, la producción, el comercio y el empleo, y frenó el proceso inflacionista.

La producción anual del virreinato sería según el mismo autor cercana a los 200 millones de pesos, de los que un 56%se derivarían de la agricultura, un 15% de la minería y el resto de la industria, y por tanto a su juicio era el momento idóneo para que este territorio se hubiese desarrollado en una etapa de proto industrialización, dado que también existía una clase empresarial capitalista.

La segunda de las fases, la que comienza en 1779, muestra sin embargo a su parecer una tendencia a la descapitalización progresiva, debida especialmente al esfuerzo bélico de la guerra mantenida contra Gran Bretaña y a la reorganización del comercio de este país hacia la América española, con el fin de captar los necesarios capitales para financiar su naciente Revolución Industrial.

Con ello, la salida de moneda tendió a elevarse e incluso a superar a su producción, con lo que el incremento del numerario en circulación en el virreinato fue irrisorio, una media de 420.740 pesos anuales. Toda vez que la Nueva España estaba creciendo demográficamente, y que el importe estimado para el contrabando debía ser superior, dicho circulante no debía crecer, sino disminuir hacia 1784.

Como en la propia Península y en otros lugares de las Indias, la falta de numerario se suplió con el uso de instrumentos de crédito, como las libranzas o las letras de cambio, lo que motivó un acelerado proceso inflacionista, que dio al traste, como en los demás territorios de la Monarquía, con el periodo de relativo equilibrio entre los sectores interior y exterior de su economía.

La reforma de 1772 no obtuvo los fines perseguidos de unificación de la moneda circulante. Se aprobó una oferta para que los comerciantes de México adelantasen para su amonedación 3.149.808 pesos 6 ½ reales para la retirada de la moneda de antiguo cuño, lo que suponía más o menos la octava parte de toda la acuñación de oro y plata anual en la ceca de México.

En 1776 las autoridades municipales informaron de que los beneficiarios de los monopolios y otras agencias habían sufrido importantes y continuadas pérdidas por la moneda de plata de pequeño módulo cambiada como metal, y rehusaban recibir más cantidad. En fecha 23 de enero de ese mismo año, el alcalde y el concejo la ciudad solicitaron al monarca que permitiese dejar en circulación la antigua moneda de oro en la ciudad de México, o bien que se les otorgase un plazo de gracia de 25 o 30 años.

 Bibliografía

 

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