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Las medallas de oro de los Juegos Olímpicos no son lo que parecen

Las medallas de oro, plata y bronce son el premio reservado para los tres primeros clasificados en cada una de las pruebas de los Juegos Olímpicos, tanto de verano como de invierno. Nuestros deportistas han logrado dos meritorias medallas de bronce en los Juegos Olímpicos de PyeongChang. Pero si hubieran alcanzado el primer puesto, se habrían llevado la sorpresa de descubrir que las medallas de oro no son realmente de este metal.

Como explica Ralph Benko desde el blog GCoin, la denominación de “medallas de oro” es más simbólica que real. De hecho, los primeros campeones olímpicos de la era moderna ni siquiera recibían medallas de oro: en los Juegos Olímpicos de Atenas 1896, los primeros de la era moderna, los campeones recibían una medalla de plata y los segundos, una de bronce.

En los siguientes Juegos, los de París 1900, se repartieron copas, trofeos y obras de arte en vez de medallas. Solo a partir de los Juegos Olímpicos de San Luis (EEUU) de 1904, se comenzaron a entregar medallas de oro a los vencedores, una costumbre que se repitió durante los dos siguientes Juegos: los de Londres (1908) y los de Estocolmo (1912). Unas medallas que, al ser de oro puro, eran mucho más pequeñas que las actuales.

La llegada de las Guerras Mundiales y las restricciones derivadas de la posguerra obligaron a modificar esta costumbre, por lo que los Juegos Olímpicos de Estocolmo 1912 fueron los últimos en los que se entregaron medallas de oro, propiamente dichas.

En la actualidad, los requisitos del Comité Olímpico Internacional para la fabricación de las medallas que se entregan a los ganadores establecen que deben estar hechas de, al menos, un 92,5% de plata y contar con un mínimo de seis gramos de oro. Es decir, que en realidad son medallas de plata con una finísima capa de oro.

Por ejemplo, las medallas de oro que se entregaron en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 estaban hechas de un 93% de plata, un 6% de cobre y un 1% de oro. Las de plata estaban compuestas de un 92% de plata y un 8% de cobre. Y las de bronce eran de una aleación del 97% de cobre, el 2,5% de cinc y un 0,5% de estaño.

Las medallas de oro que se han entregado en los recién concluidos Juegos Olímpicos de Invierno de PyeongChang pesan 586 gramos cada una. Si fueran de oro puro, su valor, al precio actual del metal, rondaría los 25.000 dólares.

De todas formas, el valor material de las medallas de oro olímpicas es mucho menor que su valor de mercado. Un ejemplo: una medalla de oro del llamado “Milagro sobre el hielo”, el triunfo del equipo estadounidense sobre el ruso en los Juegos Olímpicos de invierno de Lake Placid 1980, se subastó hace unos años por 300.000 dólares.

De la corona de laurel a las medallas

Las medallas de oro, plata y bronce son un invento moderno ya que, en los Juegos Olímpicos clásicos, que comenzaron en el año 776 a. C. los atletas vencedores eran premiados con una corona de hojas de olivo. Esta costumbre se mantuvo hasta que el emperador romano Teodosio I prohibió todas las manifestaciones paganas en el Imperio Romano (del que ya formaba parte Grecia) por medio del Edicto de Tesalónica, en el año 380. La última edición de los Juegos Olímpicos fue en el año 393 d. C.

¿Por qué con la llegada de los Juegos Olímpicos modernos se pasó de entregar coronas de laurel a premiar a los atletas con medallas de oro, plata y bronce? La respuesta hay que buscarla en la mitología griega, que dividía la línea del tiempo en las llamadas Edades del Hombre.

La Edad de Oro se refería al tiempo en que los dioses convivían con los hombres en paz y armonía. La Edad de Plata se caracterizaba por la impiedad y debilidad humanas. Y la Edad de Bronce se refería a un periodo de guerras y violencia. Después de estas tres se sucedieron la Edad Heroica (durante la que vivieron los héroes de la Guerra de Troya) y la Edad de Hierro (que se refiere a los tiempos modernos). Todas estas edades se incluyen en el poema “Los trabajos y los días” del poeta griego Hesíodo, escrito alrededor del año 700 a. C.

Al primero que se le ocurrió que los campeones olímpicos deberían ser premiados con oro en vez con una corona de olivo fue el comediógrafo griego Aristófanes quien, en su obra cómica “Plutus”, escrita en torno al año 408 a. C., sugiere que, si el dios Zeus fuera rico, premiaría a los atletas que triunfan en los Juegos que se celebran en su honor con oro, en vez de con una modesta rama de olivo.

Hay quien cree que este fragmento humorístico de Aristófanes fue el que inspiró a los padres de los Juegos Olímpicos de la era moderna a premiar a los campeones con oro. Un plan que no se pudo llevar a cabo en Atenas 1896 por falta de fondos… pero que el actual Comité Olímpico Internacional no tendría problema en sufragar.

De todo ello se deduce dos conclusiones: que el oro es un metal precioso cuyo valor es reconocido de forma universal desde hace miles de años; y que se considera el más noble de los metales, digno de premiar las hazañas de los campeones olímpicos.

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