Apoltronado cómodamente en el sofá del salón, decidí volver a ver por cuarta vez una de las películas, basada en hechos reales, más impactantes de cuantas se han realizado sobre el holocausto judío, “El Pianista”. Por cuarta vez, también, asumí uno de los mensajes principales de la cinta de Roman Polanski: la necesidad de buscar valores refugio para la dramática situación económica y social vivida durante los años de existencia del Gueto de Varsovia. En este caso, monedas de oro.
En una de las medidas escenas de la película “El Pianista” (Óscar al mejor actor y a la mejor dirección), dirigida por Roman Polanski, e interpretada por Adrien Brody encarnando el papel de un concertista de piano (Wladyslaw Szpilman), se ofrece una de las mejores imágenes con las que el cine de todos los tiempos plasma cómo se salvaguardaba con oro la lucha por la existencia ante una situación tan trágica como la vivida por los judíos a los que confinaron en el Gueto de Varsovia, en el centro de la capital polaca, entre octubre y noviembre de 1940 y 1943 cuando el recinto amurallado fue destruido por el ejército alemán.
La escena, rodada magistralmente por el director polaco, se desarrolla dentro de un café del Gueto exclusivo para judíos de clase social elevada. Wladyslaw Szpilman interpreta una pieza al piano cuando, de repente, el dueño del local le hace señas para que deje de tocar. Tiene que haber silencio absoluto en el recinto.
La casusa se desvela de inmediato, cuando la cámara gira hacia una mesa en la que se sientan tres hombres: uno que hace de simple espectador, un segundo que se supone que es el “cliente vendedor” y el tercero, un comprador de estraperlo. Sobre la mesa, varias monedas de oro en un montoncito que, tras el tintineo al ser golpeadas sobre el mármol del velador, pasan a otro montoncito: el de las monedas válidas.
La acción refleja, ni más ni menos, que una transacción comercial de necesidad. Tú tienes oro, monedas en este caso, y yo te las cambio por dinero, comida o papeles para huir del gueto.
Una vez finalizada la labor de comprobación de la autenticidad o falsedad de las monedas, el propio estraperlista, tras agradecer el silencio, indica al pianista que puede seguir entreteniendo al público del café.
Una escena fantástica, no solo por recoger con un sonido extraordinario el tintineo de las monedas de oro auténticas, sino por el mensaje que conlleva: tú tienes algo de valor que a mí me interesa y yo, a cambio, te doy algo que tú necesitas.
Trueque milenario
Por cierto, para los amantes de la exactitud cinéfila, las monedas de oro que aparecen sobre la mesa de mármol eran de 900 milésimas, con valor nominal de 10 y 25 zlotis, emitidas en 1925 y acuñadas en la Casa de la Moneda de Varsovia, con la efigie del rey Boleslaw Chrobry o Boleslao I, en el anverso y el escudo de la Segunda República de Polonia (1918-1939) en el reverso.
Efectivamente, trueque más que milenario, siempre sobre las mismas premisas: etapas de crisis económica, política, social, que llevan a los ciudadanos a buscar salidas y soluciones a través de bienes tangibles, de auténticos valores refugio como los metales preciosos, concretamente si son de oro, mejor.
Por fortuna, estamos lejos de una III Guerra Mundial (…o no), pero no tanto de conflictos internacionales de ámbito comercial. Por un lado, Estados Unidos, con su presidente Trump al frente, le ha lanzado un órdago a la Unión Europea y los aranceles; por otro, está echando un pulso a China por el control monetario dólar-yuan; luego, con el hacha a la espalda, abraza a Putin y dice que los rusos son buena gente, pero lo dice a media distancia; a Corea del Norte primero insulta a su líder supremo (“pequeño hombre cohete”) para después decirle que es un “amiguete”; y a Irán le tira los documentos del Tratado de Viena de 2015 a la cara, para después amenazarle con cortar sus suministros de metales preciosos: oro amonedado, en lingotes y joyas.
A algunos inversores cortoplacistas en oro les encanta una guerra, una crisis económica o cualquier tipo de inestabilidad geopolítica para ver crecer el valor de sus lingotes. Las tensiones globales intensificadas, como los ataques terroristas, las escaramuzas fronterizas o las guerras civiles, asustan a los inversores y les empuja hacia refugios seguros como el oro y la deuda soberana estable y de alto rendimiento. Las tensiones geopolíticas también generan más gasto gubernamental (por ejemplo, en las armas), lo que genera inflación y lleva a los inversionistas a considerar los metales preciosos como un lugar para estacionar su dinero a corto plazo.
Por ejemplo, durante la década de 1970, que vio una serie de trastornos en el Medio Oriente, incluida la revolución iraní, la guerra Irán-Iraq y la invasión soviética de Afganistán, el oro subió un 23% en 1977, un 37% en 1978 y un 126% en 1979, el año de la crisis de los rehenes iraníes.
Pero lo verdaderamente aconsejable es mirar hacia el futuro a medio y largo plazo, a 10 y 20 años, por lo menos, diversificando los excedentes económicos y planificar cuándo y cuánto debería colocar en oro y metales preciosos.
Seguro que a personajes como el del café judío del pianista le salvó la vida, y algo más, el haber juntado un pequeño patrimonio de, en este caso, monedas de oro. La historia de la humanidad, sobre todo la del siglo XX, está repleta de casos similares en los que el oro actuó como auténtico valor refugio.