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¿Por qué los fondos de pensiones actuales son un ahorro caro?

Imprimir dinero que no está respaldado por nada físico y ha sido creado de la nada (dinero fiat) e introducirlo en el sistema financiero hace que aumente la inflación, es decir, que el papel moneda pierda poder adquisitivo y que suban los precios, al haber mayor cantidad de masa monetaria.

Esta práctica es una constante desde 1971, cuando EE UU abandonó el patrón oro, por lo que el dinero emitido dejaba de estar respaldado con metales preciosos.

Con estas premisas, no es descabellado pensar que el ahorro en papel moneda a largo plazo no puede dar un buen rendimiento de por sí. Se necesitaría una gestión por parte de organismos privados como bancos y aseguradoras para que ese papel moneda acumulado pueda aumentar de valor en el futuro. Sin embargo, esa gestión conlleva el cobro de una comisión por parte de entidades privadas como los bancos o las gestoras.

En un artículo publicado en El País el pasado 9 de enero, titulado “Los fondos de pensiones, un ahorro todavía caro”, su autor, Íñigo de Barrón afirma: “Algunos de estos productos de ahorro a largo plazo son los fondos de pensiones privados. En octubre de 2014, el Ministerio de Economía limitó las comisiones máximas de los fondos de pensiones. El mensaje fue claro: no eran justificables las altas tarifas que se aplicaban porque restan rentabilidad y frenan el crecimiento del ahorro en estos productos. El Ejecutivo pretende, hasta ahora sin éxito, impulsar estos productos para que sean un complemento de las pensiones públicas. Este objetivo también lo tienen las aseguradoras y los bancos, empezando por los más grandes, Mapfre y CaixaBank. El sector privado ha entrado en la polémica sobre la sostenibilidad del sistema público y pide una regulación que combine las pensiones privadas con las del Estado, dentro de los debates del Pacto de Toledo”.

El ciudadano común sigue sin atar cabos. Y no es de extrañar, porque el sistema monetario y financiero actual nunca va a reconocer que emitir moneda sin respaldo y tener los intereses a cero como única receta para que la economía crezca, crea una inflación y una deuda a largo plazo, que es un agujero negro para sí mismo y, por tanto, para todos los ciudadanos. Pero es en los fondos de pensiones y su nula o escasa rentabilidad donde “se le ven las vergüenzas” al sistema de papel moneda, por más que el Gobierno intente rebajar las comisiones que cobran las entidades.

En ese mismo artículo, Barrón señala: “A finales de 2014, el Gobierno atacó al sector reduciendo por ley el máximo a cobrar por la gestión, situándolo en el 1,5% para potenciar estos productos. La comisión media bajó al 1,14% en 2015 frente al 1,28% que registró en 2014. Sin embargo, todavía hoy las comisiones de los fondos de pensiones son más caras que las de los fondos de inversión en la gestión de productos de renta fija, donde se acumula el 80% del patrimonio, y los que menos dedicación exigen.

Una prueba irrefutable es que los 10 fondos de pensiones con más clientes en España tienen las comisiones máximas permitidas.

Estos altos precios están relacionados con la falta de transparencia informativa. Para la mayoría de los partícipes en pensiones privadas no es una tarea fácil conocer la comisión de gestión con la información que recibe en su domicilio. Y la consecuencia de este desconocimiento es la escasa movilidad del ahorro. El cambio de fondos de pensiones de una entidad a otra solo supone el 8% del patrimonio, pese a que realizan activas campañas comerciales, sobre todo a fin de año”.

Dicen que el hombre que olvida su historia está condenado a repetirla, para lo bueno y para lo malo. Y esto ya ha sucedido en otras ocasiones. En la Francia del siglo XVIII John Law, economista escocés inventor del papel moneda en Europa (en China ya existía con muchos siglos de antelación) creó un nuevo banco en mayo de 1716, denominado Banco General Privado (Banque Générale Privée), al que se autorizó a emitir papel moneda (en la imagen), respaldado por los depósitos en oro.

Law llevó a la práctica esta idea en una Francia devastada económicamente, tanto por la Guerra de Sucesión Española, como por los enormes gastos cotidianos de la monarquía.

Un año después, en 1717, Law consiguió la consolidación de varias empresas comerciales existentes en una única sociedad comercial denominada Compañía del Mississippi o Compañía de Occidente, de la que fue nombrado director general. El Gobierno francés concedió a la compañía el monopolio del comercio con las Indias Occidentales y América del Norte, del mismo modo que actualmente se favorecen los “pseudomonopolios” de las compañías eléctricas, energéticas, de trasportes, de comunicación…

Todo iba bien hasta que, en 1720, tras generar enormes beneficios a la Corona con las acciones de la Compañía de Indias, el regente, el Duque de Orleans, ordenó imprimir billetes sin avisar a Law quien, en teoría, era el encargado del Banco y de la impresión de papel moneda. El Regente imprimió unos 3.000 millones de libras, cantidad exorbitante cercana al producto interior bruto de Francia en ese tiempo, lo que provocó una inflación como nunca antes había habido en Europa, tanto en bienes inmuebles como en bienes de consumo (el pan, por ejemplo) y los salarios. Esta situación provocó que algunos poseedores de billetes pidieran convertirlos en oro.

La gran cantidad de billetes que se introdujeron en la economía hicieron que se perdiera su valor adquisitivo. No obstante, tampoco existía el valor equivalente en oro que le permitiera al Duque tomar esas medidas sin sufrir repercusiones. Esto desencadenó el colapso y la pérdida de credibilidad de todo el sistema que proponía John.

A principios de 1720, Felipe de Orleans prohibió tener joyas y más de 500 libras en metálico dentro de casa (curiosamente, desde hace poco, en España tampoco se permiten los pagos de más de 1.000 euros en metálico). Así que, si el Gobierno prohibía el oro y las joyas, el mensaje que lanzaba era que, precisamente, el oro y las joyas eran lo que valía.

El imperio de Law, que le había llevado un lustro levantar, se derrumbó en dos meses. El papel moneda y las acciones, que sólo unos días antes todos querían tener, eran abiertamente repudiados. Pero era el Estado y no John Law (nombrado el año anterior controlador general de Finanzas), el que debía responder de la estafa.

El rey Luis XV tenía solamente cinco años y el país era gestionado por el Duque regente Felipe II de Orleans quien, para calmar los ánimos, anunció que se habían encontrado minas de oro en América, e hizo desfilar por París a 6.000 vagabundos vestidos como mineros.

La Compañía, que no albergaba tanto oro como para respaldar todo el dinero impreso, acabó por ser incapaz de atender a la demanda, mucho mayor que la que Law pudiera haber previsto. Al principio, la Compañía pudo devolver parte de los activos líquidos, pero como había mucho papel moneda en circulación, la demanda no cesó y acabó por descubrirse el desfalco, llevando a la Compañía a la bancarrota y ocasionando una crisis económica en Francia y toda Europa. Law acabó huyendo a Italia disfrazado de mujer.

La moraleja de esta Historia está clara: hay que aprender del pasado. Los nombres han cambiado, pero sus acciones son las mismas. Así que no está de más hacerse con un buen plan de ahorro en metales preciosos de inversión… para no acabar paseando con el pico y una lámpara de carburo.

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