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Ruina de los accionistas del Popular y el oro refugio

Se veía venir. Augures y tertulianos lo venían vaticinando desde inicios de la primavera. Al final, ocurrió, el Banco Popular se vino abajo, se asfixió sin más aire que el de los pulmones vacíos de sus más de 300.000 accionistas que ahora, además, han quedado arruinados.

El que hasta hace pocos días fuera el sexto gran banco español, el Banco Popular, nació hace 91 años, en 1926, de la mano del ingeniero de minas y político del Partido Conservador, Emilio González-Llana Fagoaga, con el pomposo nombre de Banco Popular de los Previsores del Porvenir. 

A finales de 2016 el Banco Popular contaba con 1.739 oficinas, 11.948 empleados y 4,6 millones de clientes, de los cuales 300.000 eran accionistas, en su mayoría minoritarios. De ellos, el 75% de los empleados eran también accionistas que habían pagado la compra de esas acciones con créditos de la propia entidad.

En el año 2008 cada acción valía algo más de 15 euros, para cuatro años después, en 2012, pasar por debajo de los 3 euros. Algunos de los que fueron «previsores» y lograron anticipar el nefasto «porvenir», plegaron velas y se dirigieron a productos sólidos, constantes en el devenir de los tiempos y auténticamente tangibles, depositando sus excedentes en la confianza del oro físico.

Ahora, con la absorción del Banco de Santander, las acciones del Popular se han fijado en el Ibex a 0 euros. Es decir, nada. De ahí que los 300.000 accionistas hayan perdido absolutamente todo el volumen de sus ahorros confiados al banco en esos valores.

Esos pequeños ahorradores que encomendaron su futuro al papel bursátil se encuentran ahora indefensos y desasistidos, pues el Banco de Santander no se responsabilizará de nada de lo ocurrido en el seno del ya extinto Banco Popular.

Indefensos, sí, ya que las autoridades españolas encargadas de velar por la seguridad económica de los contribuyentes o no estaban o no se les esperaba, de tal manera que ni la CNMV (Comisión Nacional del Mercado de Valores), ni los supervisores del Banco de España o del Banco Central Europeo, advirtieron de la angustiosa situación precaria del Banco Popular.

¿Ninguno de estos organismos conocía la mala situación financiera de la entidad, antes de que fuera absorbida por el Banco de Santander?

El caso es que serán los accionistas minoritarios, los pequeños ahorradores, los que sufran las consecuencias por la mala praxis y nula profesionalidad de los supervisores que no señalaron ni cuantificaron el peligro que se cernía sobre los clientes del Banco Popular.

Ahora, esas 300.000 almas en pena, deambularán de despacho en despacho, de asesor jurídico en asesor jurídico, con la esperanza puesta en el milagro de encontrar alguna fórmula judicial que les salve de la ruina, como a los de las preferentes.

Si volvieran a nacer yo les recomendaría que pusieran sus excedentes económicos en un verdadero valor refugio, en el oro físico. Ahora estarían más que satisfechos sabiendo que, en el peor de los casos, en vez de papelotes tendrían un metal precioso, un seguro contra las crisis económicas de cada momento. Y vendrán más…

 

 

 

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