Hace muchos siglos que el oro se utiliza como medio de pago para todo tipo de transacciones, en muy diversas civilizaciones de todo el mundo. Aunque muchos otros metales y aleaciones se utilizan habitualmente para acuñar monedas, los expertos aseguran que el oro es el metal más adecuado para esta función, por sus propiedades químicas.
Durante siglos, el oro ha sido valorado simplemente por su belleza y su maleabilidad, que lo convertían en el mejor metal para fabricar joyas. No se conocían aún otras importantes propiedades suyas, como su conductividad eléctrica o el hecho de que sea químicamente inerte.
Esta última propiedad es la que, precisamente, lo hace idóneo para convertirse en moneda. Según explica la revista Forbes, en un artículo firmado por Frank Holmes, de los 118 elementos químicos de los que consta la tabla periódica, el oro es el más adecuado para acuñar monedas.
El artículo cita las conclusiones de Andrea Sella, profesor de Química del University College de Londres. Según Sella, evidentemente hay que descartar todos los elementos que se presentan en estado gaseoso, líquido o los halógenos. Esto excluye, por ejemplo, al helio, mercurio, cloro, bromo… Algunos de ellos, como el mercurio, son muy tóxicos.
También es necesario descartar como candidatos a los metales alcalinos (magnesio y bario), demasiado reactivos y explosivos; a los elementos radiactivos, como el uranio y el plutonio que, además, son cancerígenos; y también a otros elementos sintéticos que tienen una corta existencia y solo se pueden producir en laboratorio, como el einstenio.
Solo quedan los metales de transición y postransición, como el titanio, níquel, estaño, plomo, aluminio y otros. Muchos de ellos presentan características que los excluyen de la posibilidad de convertirse en monedas: el titanio es demasiado difícil de fundir; el aluminio es demasiado endeble; el cobre se corroe con facilidad; el hierro es demasiado abundante…
Tras esta reducción, quedan tan solo ocho candidatos, los llamados metales nobles: platino, paladio, rodio, iridio, osmio, rutenio, plata y oro. Todos ellos resultan muy atractivos para monetizarlos, pero, a excepción del oro y la plata, son demasiado raros.
Así que quedan el oro y la plata como candidatos para la acuñación de monedas. Según Andrea Sella, el oro cuenta con una importante ventaja sobre la plata: es químicamente inerte, lo que significa que, a diferencia de la plata, el oro no pierde su brillo, ni le afectan el aire o el agua. A ello hay que añadir su maleabilidad, lo que lo convierte en el candidato perfecto para la acuñación de monedas.
A esta misma conclusión llegaron las civilizaciones antiguas, que comenzaron a utilizar el oro como medio de pago de productos, tanto en pepitas, en polvo como, más adelante, ya monetizado. Las primeras monedas de oro se acuñaron alrededor del año 600 a. C., en Asia Menor.
Y es que, como señaló Alan Greenspan en una entrevista publicada en la revista Gold Investor, del Consejo Mundial del Oro, “el oro es la primera moneda global. Es la única moneda, junto a la plata, que no requiere de la firma de una contraparte. Nadie rechaza el oro como medio de pago y, como la plata, es la única moneda que tiene valor intrínseco”.