Dada la creciente escasez de los metales preciosos y la cada vez mayor dificultad en acceder a los depósitos subterráneos, el reciclaje se ha convertido en una partida cada vez más importante en el apartado de suministro de metales como el oro, la plata o el platino. Y dentro de este reciclaje, la basura electrónica se está convirtiendo en una auténtica mina de oro para quienes saben cómo recuperar los metales que contiene.
Según el informe Gold Focus 2018, de Metals Focus, el año pasado se reciclaron un total de 1.167 toneladas de oro y para cierre de 2018 se calcula que la cifra subirá hasta las 1.185 toneladas. En el caso de la plata, la cifra de metal reciclado en 2017 se elevó a 4.296 toneladas, según el informe World Silver Survey, de The Silver Institute.
Aunque la cifra en ambos casos se ha reducido notablemente con respecto al oro y plata reciclado en los primeros años de la década, lo cierto es que el negocio del reciclaje de metales preciosos cobra cada vez mayor importancia, en unos mercados con un suministro muy limitado y en los que la demanda crece año a año, en especial debido a las numerosas aplicaciones industriales de ambos metales.
Por ello, están surgiendo empresas especializadas en el reciclaje de metales preciosos procedentes de los numerosos dispositivos electrónicos que se desechan cada año, y que cuentan con una valiosa carga de metales preciosos, al tiempo que su vida útil se reduce por la aparición de nuevos y más modernos dispositivos.
Es el caso, según explican desde el diario francés Les Echos, de la empresa Morphosis, que lleva una década extrayendo plata, platino, cobre y otros metales de las tarjetas y circuitos de los ordenadores, discos duros, teléfonos móviles y demás dispositivos desechados.
En palabras de su director ejecutivo, Serge Kimbel, “no somos los únicos que operamos en este mercado. La industria minera también ha empezado a preocuparse por la recuperación de estos metales. Pero en términos de precio, nosotros somos mucho más competitivos, debido a que nuestros materiales son de mucha mayor pureza y se procesan de acuerdo con las necesidades específicas de los fabricantes”.
La compañía cuenta con dos sedes en la ciudad de Le Havre, al norte de Francia, en las que cada año trituran hasta 25.000 toneladas de dispositivos eléctricos y electrónicos desechados para recuperar los metales preciosos que contienen.
Para ello, Morphosis utiliza un proceso industrial que combina tratamientos mecánicos, químicos y térmicos para extraer el “mineral” de la chatarra, el 80% de la cual viene ya desmantelada.
Se trata de un sector que cuenta con unas importantes perspectivas de crecimiento, ya que el mercado de los dispositivos eléctricos y electrónicos está creciendo a un ritmo anual de entre el 8 y el 9%. Solo en Europa, el volumen de chatarra electrónica podría alcanzar los 12 millones de toneladas en 2020.
Sin embargo, su tratamiento resulta cada vez más complicado. Como señalan desde la propia Morphosis, aunque el volumen de chatarra electrónica no deje de crecer, la concentración de metales preciosos en los dispositivos es cada vez menor, al tiempo que aumenta la competencia por hacerse con este mercado del reciclaje, en especial por parte de los países asiáticos, que son los principales productores de este flujo de chatarra electrónica.
Además, la cuestión se complica debido a la confluencia de intereses económicos y medioambientales: las industrias que recuperan estos metales son grandes consumidoras de energía y, por tanto, liberan importantes cantidades de CO2 a la atmósfera, contribuyendo al aumento del calentamiento global.
Aun así, como apenas hay 0,0011 gramos de oro por tonelada en la corteza terrestre, a la industria no le importa mover montañas con tal de obtener el preciado metal. Hay que tener en cuenta que una tonelada de las tarjetas electrónicas que van en los teléfonos móviles puede contener hasta un kilo de oro, cinco de plata, nueve de tantalio o 250 de cobre.
Según un reciente estudio realizado por la Agencia Francesa de Gestión del Medio Ambiente y la Energía (Ademe), en 2012 apenas la cuarta parte de las tarjetas de memoria desechadas fueron recicladas, lo que significa una pérdida de 124 millones de euros, teniendo en cuenta solo el oro que contenían.
Desde Morphosis están trabajando en resolver cuestiones como el exceso de energía utilizada y la necesidad de que sea una industria sostenible. De momento, el calor que se desprende al quemar las tarjetas de memoria se reutiliza en el proceso de reciclaje de otros metales y también se usa como calefacción en las instalaciones, que también cuentan con células solares fotovoltaicas para la generación de energía eléctrica.
Otro de los problemas a los que se enfrenta la compañía es el origen de su materia prima, que cada vez viene de lugares más alejados: África, Oriente Próximo e Hispanoamérica. El hecho de tener su sede en una ciudad que cuenta con uno de los puertos más importantes de Francia facilita el transporte marítimo, lo que abarata sus cifras respecto al transporte por carretera y, de paso, emite menos CO2.